¿Dónde estás? dice el Creador. ¿Dónde está tu hermano? dice el Padre. ¿Quién te liberó? dice el Señor. ¿Dónde están tus acusadores? dice el Pastor. ¿Por qué me persigues? dice el Hermano. ¿Por qué temes? dice el Amigo. Preguntas de Dios en nuestra tierra, como la lluvia que baja del cielo y al cielo sube, preguntas sin final, preguntas eternas en la vida que nos traen, en la muerte que se llevan. Acogidas como la lluvia, ya nos van haciendo eternidad ahora. (Benjamín González Buelta, sj)
Venid a mí, bramó la tormenta, invitándonos a adentrarnos en su intemperie llena de posibilidades. Venid a mí, dijo la luz, alejando de nosotros el temor a la sombra. Venid a mí, propuso la esperanza, convertida en caricia para quienes andaban cansados y afligidos. Venid a mí, exclamó la pasión, prometiendo un nuevo fuego al rescoldo de corazones que en otro tiempo ardieron. Venid a mí, exigió la justicia, herida en las víctimas por tanta mentira dicha en su nombre. Venid a mi, susurró el silencio, mostrando, con los brazos abiertos, una forma distinta de cantar. Venid a mí, gritó la soledad, cansada de deserciones y abandono. Venid a mí, pidió el dolor, ofreciendo su rostro herido para que la compasión lo acunase. Venid a mí, llamó el dios de los encuentros. Y fuimos. A veces vacilantes, con toda nuestra inseguridad a cuestas. Pero fuimos.
Creer en un Dios Salvador que, ya desde ahora y sin esperar al más allá, busca liberarnos de lo que nos hace daño no ha de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado al servicio exclusivo de nuestros problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento, sino en el de los otros. Solo así se vive la fe como experiencia de salvación.
En la fe como en el amor todo suele andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la generosidad y el egoísmo. Por eso no hemos de borrar del evangelio esas palabras de Jesús que, por duras que parezcan, nos ponen ante la verdad de nuestra fe: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará».