No te sonríen con blancura dentífrica, desde las páginas de una revista. No acaparan flashes en los eventos de moda. No reciben premios en las galas con más glamour ni las multitudes corean sus nombres en el concierto de los poderosos. Pero no lo necesitan, para brillar con luz propia en el baile de la historia. Son el hombre justo, y la viuda pobre, el profeta valiente y la mujer perdonada. Son el peregrino que comparte su mesa y su palabra, y el caminante que, en su fatiga, bromea y canta. Son el carpintero y la muchacha, el alfarero y la criada, el emigrante que no pierde la esperanza. Son la buena gente, que en lo discreto, transforma el duelo en danza.