Conversión
Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome, aunque yo me resista.
¡Qué atrevido pensar que tengo yo mi llave! ¡Si no sé de mí mismo!
Si nadie, como Tú, puede decirme lo que llevo en mi dentro.
Ni nadie hacer que vuelva de mis caminos que no son como los tuyos.
Sigue curvado sobre mí tallándome aunque, a veces, de dolor te grite.
Soy pura debilidad, Tú bien lo sabes, tanta, que, a ratos, hasta me duelen tus caricias.
Lábrame los ojos y las manos, la mente y la memoria, y el corazón, que es mi sagrado, al que no Te dejo entrar cuando me llamas.
Entra, Señor, sin llamar, sin mi permiso.
Tú tienes otra llave, además de la mía, que en mi día primero Tu me diste, y que empleo, pueril, para cerrarme.
Que sienta sobre mí tu «conversión» y se encienda la mía del fuego de la Tuya, que arde siempre, allá en mi dentro.
Y empiece a ser hermano, a ser humano, a ser persona.
(Ignacio Iglesias, sj)
Liturgia del domingo