Lázaro
Hay un silencio opresivo, doloroso, vacío, congelado.
Nada se mueve. La vida ha huido, precipitada en su deserción, dejando demasiado por decir.
Tras la losa yace, inerte, un cuerpo derrotado.
Se lamenta, en una quietud ya eterna.
Me venció el tiempo, la fragilidad, mi poca fe.
Me paralizó no ver que el mundo era otra cosa.
Me mató el peso de un ego insaciable.
Me desangré por la herida de los sueños incumplidos.
Entonces, de repente, una voz. Sal afuera. Calor.
¿Qué es esto que siento? ¿Será posible la esperanza?
Sal afuera. Y sabe, en este silencio ahora habitado, que le aguarda la Vida, que unos brazos abiertos
le esperan, para bailar, juntos, sobre los restos de su derrota.
Dios mismo, de nuevo en su horizonte.
Hoy puedes empezar de nuevo.
(José María R. Olaizola, sj)
Liturgia del domingo