Bendito seas, hombre o mujer, de toda lengua y nación, de cualquier era, habitante de la tierra
y del tiempo. Dios susurra tu nombre desde la eternidad, un nombre único y distinto, cambiante con las edades, con la vida, con la historia.
Ese nombre es bendición. Y es, a veces, caricia. Es llamada, es, incluso, el reproche de quien se fía de ti y sabe que puedes dar más, amar más, volar más. Bendito seas, al descubrir la hermosura única con que el primer artista trazó tus rasgos.
Al encontrar en tu palabra el eco de su Voz. Al reconocer la grandeza, en la semilla plantada en ti. Al romper tu coraza y abrazar el mundo.
(José María R. Olaizola sj)
Tiempo de Navidad