La misma Biblia, pero también la tradición cuaresmal de la Iglesia, siempre nos invitó a la conversión, fundamentándola por parte de Dios en su gracia que nunca nos faltará, y por la nuestra, en la oración, el ayuno y la limosna. Por la primera, decíamos nos abríamos a Dios, por el segundo a nuestra liberación personal, y por la tercera, a los demás. Y por todo ello, un tiempo como el de Cuaresma, lejos de producirnos una cierta alergia, puede y debe inyectarnos la más pura de las alegrías: la de un auténtico rejuvenecimiento espiritual.
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